(Publicado en Spain-Plató) Nuestros compañeros de Cine&Tele han realizado entrevistas con varios de los técnicos que han ganado Goyas en la pasada edición, para dar visibilidad al impecable trabajo de nuestra industria. En esta, han charlado con Eduardo Esquide y Juan Ferro, Goya a Mejor Sonido por Adú, la producción de Telecinco Cinema, Ikiru Films y La Terraza Films.
El Goya a Mejor Sonido recayó en los técnicos Eduardo Esquide y Jamaica Ruíz García como jefes de sonido y encargados del sonido en rodaje; Juan Ferro como diseñador de sonido y mezclador; y Nicolas de Poulpiquet como mezclador, por su trabajó en Adú, film grabado en Benín, Marruecos, Melilla, Murcia y Madrid.
Según ellos, el director Salvador Calvo tiene siempre muy claras las ideas, también en lo sonoro. “Él quería recrear los lugares y enriquecerlos mágicamente con elementos y sonidos que llevaran al espectador a sumergirse en la historia. Aun así, el rodaje atípico en África hizo que la propuesta sonora se fuera formando con los días de rodaje. El propio rodaje nos nutría de ideas y eso es algo fabuloso”, apunta Esquide.
A Ferro el cineasta le transmitió como premisa básica “intentar meter al espectador en la piel de los personajes y vivir sus peripecias en primera persona“. Es decir, “una inmersión sonora en cada uno de los espacios y situaciones que componen la película”.
Esquide trabajó con un grabador Sound Devices así como con micrófonos de Schoeps y Sennheiser, mandando el material diariamente a España a través de la red para que pudieran descargarlo e ir trabajando en él.
Gran parte de la postproducción de sonido se realizó en el estudio de Juan Ferro, Milciclos, y contó con varias suites ProTools HD en las que se editaron y premezclaron los diferentes elementos sonoros: diálogos, ADRs, efectos, ambientes y foley.
“La mezcla se llevó a cabo en Deluxe Madrid utilizando tres ordenadores con ProTools operando en sincronía a través del sistema Satellite Link. El primer sistema llevaba diálogos, ADRs, foley y musicas, el segundo efectos y ambientes y el tercero se utilizó como grabador”, señala el diseñador de sonido y mezclador.
Para Esquide, el mayor reto fue “tratar el entorno que nos rodeaba y trabajar niños que no eran actores y que no habían visto una cámara en su vida”. Con el sonido trataron de “recrear una atmósfera única que fuera igual o al menos nos trasladara a la de los distintos lugares y países que recorre la grabación”. Para ello, añade, tenían que “descartar ambientes que no valían o no eran cinematográficos y tratar de absorber los que podían aportar y enriquecer la película”.
“El mayor reto del diseño de sonido de la película consistió en dotar de personalidad documental a cada una de las paradas de las travesías de los personajes (Camerún, Senegal, Mauritania, Marruecos, Melilla) sin perder de vista la necesidad dramática de evidenciar el estado emocional de los personajes que las están viviendo en carne propia”, sostiene Ferro.
Fueron muchas horas para encontrar los elementos más significativos de las grabaciones de campo. “Así aparecieron los inquietantes insectos de la selva de Camerún, los sonidos musicales de las calles de Senegal o los imponentes llamados al rezo de Mauritania o Marruecos. También, siguiendo la misma dirección, realicé grabaciones de estudio tanto en Cotonou (donde se rodó gran parte de la película) como en Madrid con grupos de actores autóctonos que ayudaron con sus voces a construir los ambientes de mercados, calles, hospitales, comisarías o aeropuertos”, expone Ferro.
Una de las secuencias más complejas fue la del avión porque, como declara Esquide, era un decorado y hubo que recrear todos los sonidos. Pero él destaca especialmente las secuencias en un mercado en Cotonou: “Me pareció sencillamente un milagro sacarlas adelante. Yo con auriculares apenas podía oír lo que decían los actores, el ruido exterior era tan atronador, los coches pasándonos casi por encima… Una locura y una maravilla poder recoger ese ambiente y ese mundo”.
En el caso de Juan Ferro, el momento más crítico fue el inicio con el asalto a la valla. “Necesitábamos contar de forma impactante el drama grupal de esas personas intentando cruzar y, a la vez, la lucha individual de Tatu y los guardias civiles que terminan por matarlo. Había que transmitir muchas sensaciones (violencia, angustia, impotencia, odio) y la dificultad técnica del rodaje impedía que el sonido directo fuera utilizable. Tuvimos que reconstruir absolutamente todo”, asegura el cofundador de Milciclos, aludiendo a los textos de los protagonistas, los gestos y gritos de la figuración, y efectos como la alarma, los helicópteros que sobrevuelan, los continuos movimientos de la valla o los golpes y forcejeos.